Sinopsis

No hay ningún pueblo, ningún sistema político que tenga el monopolio de la violencia. Es también evidente que el único denominador común de todos los actos violentos es el ser humano. La primera narración que nos ofrece la Biblia sobre el hecho real es el asesinato de Abel. Antes de ese acto solamente existe un paraíso imprecisamente configurado. Pero si hubo paz en aquel Edén fue porque el hombre no tenía aún conciencia de sí mismo, no tenía idea del sexo, no concebía su propia existencia separada de la de las plantas o de la de los otros animales. Es posible que el hombre tomase conciencia de sí mismo sin intervención del pecado. Y se avergüenza por ello. El drama social de esta generación está obligado a ir más allá del mero análisis de la situación social y la protesta contra su imperfección. Hay que ahondar en la esencia del hombre para descubrir sus verdaderas necesidades. Nuestro drama debe plantear y planteará los mismos temas que el de los griegos; es decir, la gran pregunta: ¿cómo y de qué manera deberíamos vivir?